Relato Ganador CLUB SPOILER "Ojos de plata"




OJOS DE PLATA

La mayoría de las mujeres que han leído a Jane Austen sueñan con convertirse en Lizzy Bennet y encontrar a un Sr. Darcy que las idolatre. ¿Qué sucede con las mujeres que son una Fanny Price cualquiera? Las calladas, sumisas, agradecidas con la vida por tener un papel secundario en la historia de su propia vida. ¿Nadie habla de esas mujeres? De las que ven el amor pasar sin llamar a su puerta.
Lo vio como cada jueves acercarse al mostrador y dejar el libro en el depósito de devoluciones. El corazón le dio un brinco. Él ni tan siquiera reparó en su insignificante existencia. En cuanto lo vio desaparecer por la puerta, altivo, con paso seguro, ensimismado en sus pensamientos, corrió a rescatar el libro que había devuelto. Era una edición antigua de La abadía de Northanger de Jane Austen; su escritora favorita. Al menos tenían algo en común. Pasó nerviosa las páginas hasta encontrar un post-it en una de ellas. Ese tipo curioso llevaba más de un año marcando los libros con pequeñas observaciones que dejaba como regalo a futuros lectores. Sabía, por la ficha, su nombre y apellidos, fecha de nacimiento e incluso dónde vivía. Y lo que no sabía, lo intuía. Tras repasar el listado de libros prestados en los últimos meses, llegó a la conclusión de que se trataba de un profesor universitario especializado en filología inglesa.
«Tampoco debe estar bien el que una joven sueñe con un hombre antes de que este haya soñado con ella». Era el texto que había transcrito con una única pregunta: «¿Por qué no?». Se ruborizó al sentir que la habían pillado infraganti. Levantó la vista del libro y buscó por la sala a su amor platónico; obviamente no estaba. ¿Estaría intentando decirle algo? ¿A ella? Demasiado estúpido para ser verdad. Quitó el post-it y lo guardó en el cajón junto a los demás; su jefe había sido claro al respecto: «Los libros deben estar impolutos».
Quince días después volvió para devolver otro libro. Era curioso porque solía hacer los préstamos fuera de su horario de trabajo; resultaba frustrante porque ni una sola vez lo había atendido ella. Ese día se acercó al mostrador, dejó el libro en el depósito y la miró. ¡Sí, se dirigió a ella! Con una sonrisa afable y una inclinación de cabeza cual caballero inglés, le dio los buenos días y le comentó que esa misma noche habría luna llena, sería una pena perdérsela. No encontró ningún sentido a sus palabras, pero la Fanny Price de nuestra historia se sintió feliz porque por primera vez había reparado en su presencia. De inmediato fue en busca de la novela que había dejado. Sabía que se trataba de otra novela de su autora favorita; lo había buscado en el registro días antes. Orgullo y prejuicio, la obra más popular de Austen. Y ahí estaba esa nota con una frase transcrita para no estropear el volumen. «Ocultando sus pensamientos al hombre a quien ama, una mujer puede perder la ocasión de despertar su amor, y es un triste consuelo para ella pensar que nadie se ha enterado de que estaba enamorada. […] Pero somos pocos los que tenemos suficiente valentía para enamorarnos del todo si la otra parte no nos anima. De diez casos, en nueve aconsejaría a las mujeres que demostrasen más afecto del que realmente sienten, pues todo puede quedar en simpatía si ellas no animan al caballero a continuar». Y a continuación una pregunta, ¡dirigida a ella! «¿Qué opinas al respecto, Ojos de plata?». ¡Mierda! Escondió la nota en un acto reflejo y empezó a sudar con el corazón acelerado, buscó con la mirada al autor de las notas. No estaba, ¡menos mal! Pero la había descubierto. Ojos de plata era ella, sin duda. Nunca se tuvo por una mujer bonita, pero sus ojos era imposible que pasaran inadvertidos a cualquier espectador.
Se le ocurrió que tal vez su próximo préstamo sería otra novela de Jane Austen. Estaba decidida a entrar en acción. Sí, dejaría una nota como respuesta; pero ¿dónde? No le quedó más remedio que hacerlo en todos los libros de la autora que él todavía no había tomado prestados en la biblioteca. «Mi turno acaba a las 20 h. El café me gusta cortado, largo de leche y muy caliente. En la cafetería de la esquina».
Días después se angustió al descubrir que Persuasión había sido prestado al socio n.º 1.053; no era él. ¿Y si finalmente no volvía leer nada más de su autora favorita? ¿Y quién encontraría sus notas? ¡Dios mío! ¡Qué vergüenza!
Habían trascurrido tres semanas sin novedad alguna cuando su compañera de las mañanas le dejó un extraño mensaje en el whatsApp: «Tu Sr. Darcy dejó un paquete para ti. Está en el cajón donde guardas todas sus notas». Su corazón se reactivó como el mecanismo de un reloj. Entró corriendo en el registro y vio que esa misma mañana se había llevado la última edición de Sentido y sensibilidad. Corrió al cajón y ahí estaba, un regalo perfectamente empaquetado, sin etiquetar, pero sin lugar a dudas, ella era la única destinataria. Lo abrió despacio, con miedo por si acababa decepcionándose. Por si esa última nota que le dejaba le rompía el corazón. No obstante no fue así. Se le saltaron las lágrimas al descubrir una edición en inglés, impresa en 1942, de Mansfield Park, su obra favorita de Jane Austen. Con manos temblorosas buscó la nota que había dejado en la primera página: «Ojos de plata, el café me gusta como a ti. A las 20 h en la cafetería de la esquina. Te espero siempre. Esta podría ser nuestra historia».
Lloró emocionada, puede que incluso enamorada porque por fin se escribía su propia historia. Y no, no con un Sr. Darcy como protagonista. Ella tenía un Edmund Bertram asombroso porque las Fanny Price también son protagonistas de su propia vida.


Comentarios

  1. Me encantó, me hizo soñar en que todavia hay hombres que observan y que no se dejan llevar por la vision de un cuerpo

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