LA MORT DE LES FALLES


Llevo días planteándome si escribir o no este artículo porque cuanto más nos acercamos al 19 de marzo, más presente tengo ese vaticinio que un día hiciera una humilde escritora con su pluma, intentando ser sarcástica e ingeniosa, (algo que llevamos patente los falleros en nuestro ADN) y más una poetisa como Ampar Cabrera Sanfélix que, a su currículum de numerosos premios entre los cuales se destacan seis BERNAT I BALDOVÍ, ahora también puede añadir el de vidente. Aunque seguramente hubiera deseado adivinar cualquier otra cosa excepto esto: LA MORT DE LES FALLES.


S
i hay algo que me hace feliz y me roba el sueño (en pesadillas) a partes iguales, eso sin duda es una Cabalgata del Ninot. Uno de los mejores actos de los que se puede disfrutar en Fallas, y un gran desconocido para muchos valencianos e incluso falleros. Son esos ninots en movimiento, desfilando por las calles de Valencia, llenándolas de sátira, ingenio y gracia. He sido de todo, desde la Barbie siloconada que tuvo sus segundos de protagonismo en Canal Nou y en la portada de Las Provincias, pasando por un baile de máscaras, la gitana que vende tangas (y ojo que me los querían comprar), la Reina Maga de Ribó, la Fallera Mayor de Valencia (en pololos) y dos veces (a falta de una), no es de extrañar que jamás llegara a la Corte si mis pololos se hicieron famosos por exhibicionistas, hasta Julio Tormo los inmortalizó en una Gala Fallera, (después de eso cerró Canal Nou y os juro que yo no tuve nada que ver). Bueno, y cómo no, también fui FIGURA. Esa Escarlata O’hara que casi se queda sin dientes cuando el camión frenó en la calle La Paz y «A Dios pongo por testigo» casi me hago caquita en los famosos pololos. Pero sobre todo lo que he sido (y espero que ningún delegado de junta me recuerde por ello), es la loca frenética que se pone a gritar frente a Capitania (sin ser nunca detenida), porque nos toca desfilar y nos falta gente, nos sobran carteles o el camión no arranca y nos van a descalificar. Aunque siempre tenía unos buenos amigos que me obligaban a brindar por «Un gran éxito» y porque borracha soy más dócil. Y estos son los motivos por los que amo y odio hacer Cabalgata. Si algún día volvemos (que no seré yo quien la organice lo digo para que conste en acta) mi brindis irá al cielo por todos esos falleros que ya no podrán hacerlo.

Y después de 420 palabras (tal vez sin sentido) debo viajar hasta el 2013 para mí la mejor Cabalgata del Ninot (aunque tal vez no lo fuera), no sé siquiera qué premio nos llevamos… puede que un quinto de Comparsa y un tercero por la Crítica. Lo que sí recuerdo perfectamente es todo lo que sentí porque yo era la Fallera Mayor 2013 de Santiago Rusiñol pero me sentí como si hubiera sido la mismísima reina de España. Para empezar, me subí a esa carroza impresionante, arriba del todo, lugar que suele ocupar la Fallera Mayor de Valencia y hasta tuve la osadía de saludar cuando desfilábamos por la calle de la Paz. Fue un trayecto breve y largo al mismo tiempo, pero sin duda un momento inolvidable. Y eso me recuerda que siempre hay que soñar a lo grande. Porque yo era una niña que ni se podía permitir ser fallera de una comisión. Que se compró su primera tela con los ahorros de muchísimas pagas y que se cosió el vestido con su primer sueldo. Una niña que nunca fue fallera hasta que se convirtió en mujer y pudo permitírselo. Y quién le iba a decir a esa niña que un día no solo sería Fallera Mayor sino que por unos 15 minutos pudo sentirse como si fuera la mismísima Fallera Mayor de Valencia, ¡qué digo de Valencia, de España entera! Y por eso es por lo que siempre debemos soñar a lo grande. Y ya ni os digo cuando me senté en el palco del ayuntamiento y vi el castillo de fuegos artificiales en primera fila. Me puse a llorar como una tonta. Incluso José, mi presidente, se asustó porque no sabía lo que me pasaba, pero era incapaz de articular una sola palabra por la emoción. Un solo momento, un solo olor, ese olor a pólvora, esa explosión de colores, se graba en la memoria y nunca se olvida. Pero como ya os he dicho, en esta historia tal vez sin sentido, tenemos como protagonista a una poeta vidente que justo en este momento hace su aparición. Se oía algarabía, risas, aplausos, pero cuando Amparo tomó posesión del micrófono y en toda la plaza del Ayuntamiento resonó con voz solemne «La mort de les falles» se hizo un silencio sepulcral. La comitiva de mi comisión hizo su aparición con un ataúd y un montón de plañideras cuyo llanto rompía el silencio de la plaza. Cientos de falleros zombies, arrastrando los pies, seguían la comitiva fúnebre. El público sintió miedo, miedo hasta de aplaudir porque en lo más profundo de nuestras almas caló esa escena. Y pese al impacto, creo que absolutamente nadie se podía imaginar que siete años después LAS FALLAS MORÍAN DE VERDAD. Un año ya… Y no sabemos lo que nos queda. Yo solo os he hablado de un momento de ilusión, de todo lo que eso supone. Pero las Fallas son millones de momentos así. Viven tantos sectores de las Fallas: indumentaristas, artistas, floristas, pirotécnicos y un largo etc. Que a Valencia se le seca el corazón. NO SOLO SOMOS UNA FIESTA. Y tengo la esperanza de que algún día eso se entienda. Que toda esta mierda pasará… Total, viene cada siglo, ¿no? Aunque lo haga con distinto nombre. Nuestro único deseo es que lo más tardar este verano nos dejen quemar nuestras fallas porque un ninot nace con esa finalidad y si algo sabe hacer un fallero es resurgir de sus cenizas y LAS FALLAS DE VALENCIA RENACERÁN. Así que Amparo, empieza a escribir ese guion de cabalgata que este pronóstico lo hago yo: «El renàixer de les Falles».


                                            VANESSA GONZÁLEZ VILLAR
 

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