BODAS Y OTRAS ANÉCDOTAS
Dicen que de una boda sale otra boda; no puedo desmentirlo ni corroborarlo, lo que sí puedo asegurar es que de una boda salen muchas anécdotas que contar. Y mi historial en bodas da para escribir un libro, tendiendo en cuenta que antes me dedicaba a las BBC (bodas, bautizos y comuniones) y he asistido a más de las que me gustarían. Yo suelo ser la que canta. "Siempre dama de honor, nunca novia". Estaba deseando utilizar esta frase de una película de sobremesa para reírse un rato, sí esa en que la chica tiene un montón de vestidos para ir a bodas. Yo solo tengo uno. Aunque el protocolo indica que se debe ir de corto si es de día y de largo si es de noche, yo siempre voy de corto; el mismo vestido, para no variar. Antes tenía otro, pero lo rompí en la boda anterior cuando estaba echando gasolina al coche. Se desgarró por completo. Una lástima; era muy bonito. Y nunca jamás ( aunque no se puede decir nunca jamás) volveré a ponerme vestido largo porque se corre el riesgo de que te pisen la cola (queriendo o sin querer) y se te rompa el vestido en plena boda. El último vestido largo que usé, precioso, todo lleno de lentejuelas, acabó desilachándose en un eterno camino de lentejuelas que me conducía desde mi mesa hasta el aseo. Si vas de corto lo que mejor queda es que lleves un tocado. Uno de esos exagerando, que parece que vayas al hipódromo de Ascot para apostar en las carreras. Y siempre, siempre, siempre, te pondrás unos zapatos que, a mitad del banquete te quitarás porque no soportarás el dolor. Como la mala suerte en las bodas me persigue, en la boda de mi primo se soltaron ciento cincuenta globos con ciento cincuenta deseos, cada uno de un invitado. Dicen que si pides un deseo y lo envías al cielo se cumple. ¿Y si explota contra un pino? ¿Qué pasa? Porque de ciento cincuenta globos y con la de pinos que había, el mío fue el único con triste final. Aunque teniendo en cuenta que casi no llegamos a la boda porque a última hora tuve que llevar al padre del novio a que le desconectaran la alarma del traje chaqueta, (que a la dependienta se le había pasado retirar en su día), pues lo que ocurrió el resto de la velada ya no me sorprendió en absoluto. Eso sí, moló mogollón que nos vitorearan en el Corte Inglés: "¡Venga que llegáis! Que sean muy felices los novios. Que sea una boda inolvidable". E inolvidable fue. Todavía me veo corriendo por las escaleras mecánicas, con mis dolorosos zapatos y mi vestido desgarrado. Aunque en esos momentos lo importante era ver casar a mi primo. ¡Y lo conseguí! Gracias a que habían cortado las calles por el toro embolado y la novia llegó casi una hora tarde. Pero hoy voy a hablaros de otra boda; la más reciente.
La primera boda que celebro en un hotel en el que además me hospedo. Fue una experiencia emocionante porque con mis ahorros es el viaje más largo que me puedo permitir (a media hora de casa).
Llegamos al hotel y lo primero que hicimos fue lo típico y que así establece el protocolo: "Un selfie. ¡Nos vamos de boda!". Y luego nos tuneamos para seguir haciéndonos más fotos. Yo me puse mi traje para las carreras de Ascot y finalmente acabé corriendo cual si fuera un caballo porque dos milésimas de segundo y no vemos entrar a la novia. Pero no adelantemos acontecimientos, vamos paso a paso. Después de ponernos guapísimas de la muerte, de quejarnos de los zapatos y del frío que íbamos a pasar (por ir monísimas de la muerte pero nada abrigadas), nos fuimos a casa de la novia. Nada más verla abrimos los ojos cual emoticono de WhatsApp lanzando corazoncitos. ¡Estaba más que guapa! ¡Estaba bellísima! Intentamos no llorar de la emoción y lanzamos besos casi al aire para no estropear el maquillaje de la novia, que tropezó con mi tocado a lo Kate Middleton. De pronto sentí un frescor en mi culo y pegué un pequeño gritito pues el perro de la novia se había metido debajo de mi falda y me estaba olisqueando con su hocico. ¡Ya veis! Mis feromonas deben ser caninas porque no atraigo igual a los hombres. Al final tendrá razón mi madre y ese vestido es muy corto. Despedimos a la novia que se subió a un descapotable que la conduciría hasta su feliz destino. Pero nosotras lo hicimos antes y sí, ese era el momento de las fotos pues la terraza era muy cool y aunque con nuestros móviles las fotos salieron como una castaña, nosotras posamos ochenta veces por si alguna se salvaba. Hasta que una de nosotras, en medio de la última foto dijo: "¡Ups! Tenemos un problema". La suerte de casarse en un hotel en el que te hospedas es que un momento "putada" de estas dimensiones, se hace un poco más llevadero. Subimos en tropel a la habitación para exclamar todos al ver la cremallera: "¡Uy! Espera... No sube... ¡Uy! No te preocupes que lo arreglamos seguro". Que en ese momento los demás pensábamos: "Lo de que tiene arreglo no está muy claro...". Pero claro, es un momento desmoralizante, no se lo vas a decir abiertamente. "Si tuviéramos hilo y aguja... se puede intentar coser". ¡Milagro obrado! ¡Lo teníamos! Porque una madre siempre sabe lo que se necesita y la madre de nuestra amiga le aconsejó que lo llevara encima "por si acaso". Escuchamos la traca. ¡Uy! Ya habían llegado los novios. Teníamos que tomar una decisión y como la afectada estaba atrapada en un vestido roto, decidimos que lo mejor era que las demás fuéramos a presenciar la boda y ya después tendríamos tiempo de dedicarnos a Maestros de la costura. Y aquí sí, amigos lectores, es cuando corrí cual si fuera caballo de las carreras y le grité al fotógrafo: "¡Esperaaaaa! ¡Que no entreeeee! ¡Que ya llegamooooos!". ¡Por Dios, qué estrés de boda! Pero todo se pasó en el momento en que sonó Thousand Years (más conocida por la boda de Crepúsculo aunque yo la bailo muchas veces en bachata); entonces sí, se me saltaron las lágrimas cuando vi entrar a mi amiga nerviosa y sonriente, pero inmensamente feliz, caminando hacia el hombre que ama, que en cuestión de minutos se convertirá en su marido. Cuando vi la película esa cutre de sobremesa de los vestidos, me sorprendí porque ambos protagonistas coincidían conmigo en que a ellos les encantaba mirar al novio cuando veía a la novia caminar hacia él. Pensé que esta estupidez romántica era exclusiva mía, pero por lo visto lo utilizaron para el argumento de una película. Pues eso hice yo, mirar al novio mientras mi amiga caminaba sonriente hacia él. Lástima que no os pueda decir qué cara puso porque si recordáis, rompí las gafas en el concierto y estoy un poco cegata. Lo que sí os puedo asegurar es que le dio un beso de esos de final de película con aplausos y vítores incluidos.
Tras la ceremonia, breve pero emotiva en la que los novios se convirtieron en marido y mujer, mi amiga y yo salimos disparadas para arreglar el desaguisado En tiempo de costuras. Si le pinché a mi amiga en el culete (sin querer) la pobre no se quejó. Aunque el momento fue muy desafortunado, os puedo asegurar que todavía nos estamos riendo de ello. Y sí, una vez solucionada la crisis bajamos al cóctel para felicitar a los novios y (no os voy a mentir), a tomarnos una buena copa de vino que bien que nos la habíamos ganado.
Hace unos años no entendía el porqué en las bodas ponen tantos platos; ahora que he madurado (es decir me hago vieja) he llegado a entenderlo. Para meternos en el vestido de la boda estamos una semana a dieta y claro, luego llega el banquete y lo damos todo... todo. Vamos, que al final de la noche dices como la mujer del anuncio: "Esta barriga no es mía". Sí, es tuya cariño, lo que pasa es que la tenías bajo coacción y amenaza y una vez que se ha abierto la veda ha dicho... ¡ancha es Castilla! Desde aquí quiero agradecer a nuestro camarero Sergio por su buen hacer, atención y paciencia ya que en nuestra mesa le tocó dos casos difíciles: una embarazada y una intolerante a la lactosa. Y una de esas era yo (la embarazada no, la otra). Le voy a estar infinitamente agradecida porque por regla general sustituyen mi suculento postre de Tartaleta de tres chocolates con naranja confitada y mermelada de mango, por un plato de frutas del tiempo. Pero Sergio consiguió (así como de estrapelo) una bola de helado sin lactosa. ¡No me lo podía creer! Hasta la fecha solo he conseguido helado sin lactosa en Cuenca, por increíble que suene. No os voy a decir lo que disfruté de ese postre de los dioses (Arcoíris del Paraíso o algo así se llamaba), porque no quiero que al leer esto tengáis un antojo o suscitar envidias insanas.
Después de que los novios cortaron la tarta y todo eso, tuvimos que volver a subir a la habitación para otra clase de Maestros de la costura. La cremallera seguía haciendo de las suyas. Y aunque parezca mentira, cuando empezó la discomóvil y nos pedimos nuestro primer cubata, los ojos nos hicieron chiribitas al descubrir: la mesa de chuches. Perdón, el Candy Bar que suena más cool. Por imposible que parezca (después de todo lo que habíamos comido y de que en vez de una embarazada parecía que hubiéramos cuatro), atracamos la mesa de chuches. ¡Sííí! Así, sin miramientos ni nada. Y es que dicen que si bebes tienes que comer para compensar. El momento más heavy de la noche fue cuando pusieron una balada lenta para que abrieran los novios el baile y así, tímidamente, las parejitas salieron a bailar. Y yo, harta de esperar a que alguien me sacara (cosa que no iba a suceder) cogí a mi amiga y le dije: "Esposa mía, ¿bailamos?". Todavía me estoy riendo al recordar las caras de algunos invitados al vernos bailar rozando pecho. Y ya ni os cuento cuando pusieron una bachata. Maldades a parte, fue muy divertido. Tanto que se acabó mucho antes de lo que nos hubiera gustado. Y es que no había otra noche en todo el año para cambiar el reloj. "A las dos serán las tres". ¿Y no podían a las tres ser las dos? ¿Digo yo? Así que indignadas (algo piripis debo reconocer), atracamos la mesa de chuches antes de subir a la habitación. Sergio (o tal vez otro camarero, ya no lo recuerdo bien), se apiadó de nosotras y nos dio una bolsa de estrapelo. Ya que atracamos, lo hacemos con todas las de la ley. Y así, con los pijamas puestos y la alegría del alcohol que todavía corría por nuestras venas, estuvimos hablando y devorando chuches hasta caer rendidas. Es la primera vez en mi vida que tengo resaca de chuches y es mil veces peor que el alcohol. Pero que nos quiten lo bailado. Y aunque siempre acabe liándola en las bodas, me gusta que me inviten porque no hay nada más maravilloso que ver a una persona que quieres vivir uno de los momentos más felices de su vida.
Comentarios
Publicar un comentario